Montevideo Móvil También Mata
Confites
Los confites crecen sólo en esa tierra el día de Navidad, por lo que la brujita pasa la Nochebuena en vela. Cuando dan las doce comienza el delicado trabajo de encontrarlos en la oscuridad. Se sujeta con las piernas enrolladas en el palo de la escoba y deja caer su cuerpo, para acercar la nariz a la tierra. Así, mientras la escoba avanza, ella se balancea despacio, cierra los ojos y aspira profundo. Cuando un aroma de orquestas se hace oír entre el olor apagado del barro, la brujita abre los ojos, estira la mano y revuelve la tierra. Si encuentra el confite lo sacude un poco y lo guarda en la canasta que cuelga cerca de sus piernas. Carga tanto la canasta que en invierno no hace frío.
Al amanecer la brujita se va de su tierra y comienza sus visitas. Hace dos semanas llegó a mi casa y dejó una caja de confites en la biblioteca del living. El aroma a café, con chocolate amargo y nueces me llevó hasta el segundo estante de la izquierda, donde están los libros de fotografía. Saqué el libro de tapas duras y apareció la caja blanca envuelta en una cinta azul con moña. Desaté la cinta y el aroma me tiró hacia atrás, caí en el sillón con el libro de fotos abierto sobre mi cara. La foto mostraba un paisaje desolado de tierra seca y cielo despejado. El viento fresco torcía el único árbol de la imagen hacia atrás. La copa, con forma de hongo, colgaba como la cabellera corta del cuerpo de alguien. Casi rozaba el suelo de tan torcido que estaba el tronco.
Estiré la mano a la caja y con dos dedos levanté un confite que tenía la misma forma de la copa del árbol. Parecía un fruto envuelto en chocolates. Miré a la foto, al confite y lentamente lo comí. Colores claros me arrullaron en el sabor. Un aire fresco me sacudió el pelo hacia atrás. Escuché un sonido de orquestas, estiré la mano, revolví la tierra, y encontré algo. Abrí los ojos, y vi la tierra seca y el confite entre mis dedos. Levanté la mirada y me encontré con un paisaje desolado, el cielo despejado, y mis piernas colgadas del tronco del árbol.
Al amanecer la brujita se va de su tierra y comienza sus visitas. Hace dos semanas llegó a mi casa y dejó una caja de confites en la biblioteca del living. El aroma a café, con chocolate amargo y nueces me llevó hasta el segundo estante de la izquierda, donde están los libros de fotografía. Saqué el libro de tapas duras y apareció la caja blanca envuelta en una cinta azul con moña. Desaté la cinta y el aroma me tiró hacia atrás, caí en el sillón con el libro de fotos abierto sobre mi cara. La foto mostraba un paisaje desolado de tierra seca y cielo despejado. El viento fresco torcía el único árbol de la imagen hacia atrás. La copa, con forma de hongo, colgaba como la cabellera corta del cuerpo de alguien. Casi rozaba el suelo de tan torcido que estaba el tronco.
Estiré la mano a la caja y con dos dedos levanté un confite que tenía la misma forma de la copa del árbol. Parecía un fruto envuelto en chocolates. Miré a la foto, al confite y lentamente lo comí. Colores claros me arrullaron en el sabor. Un aire fresco me sacudió el pelo hacia atrás. Escuché un sonido de orquestas, estiré la mano, revolví la tierra, y encontré algo. Abrí los ojos, y vi la tierra seca y el confite entre mis dedos. Levanté la mirada y me encontré con un paisaje desolado, el cielo despejado, y mis piernas colgadas del tronco del árbol.
Etiquetas: Periquete
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por Soledad Caballero. Licencia Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.5
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